FRANCISCO DE ASIS NOS HABLA HOY
Por Teófilo Aguilar
“Estoy muy avergonzado---dijo Ernesto a
Emilia--- ayer en pleno centro, se me acercó un hombre demacrado, abatido por
una enfermedad, y me pidió ayuda con una receta en la mano. Yo me negué y me
fui a comprar un encargo de mí padre. Pero ahora tengo remordimientos. Debí, al
menos, llevarlo a CARITAS central que estaba a una cuadra, ahí seguro que lo
podrían haber ayudado, pues a todo el que llega con su receta te regalan las medicinas”.
A lo cual Emilia, le dijo: “Yo estoy en las
mismas, una mujer, me pidió una moneda para un comedor de asistencia social y
no sé porque, se la negué”
“¿Qué te parece si releemos algo de la vida
de San Francisco? Me parece que hay una
anécdota que nos puede ayudar y se fueron a leer EL HERMANO DE ASIS del P.
Larrañaga.
“En cierta ocasión, en los inicios de su
vida espiritual--- dice el libro---un pobre se acercó a Francisco y le pidió
una limosna. Pero por alguna razón él no le hizo caso. Al poco rato Francisco recapacitó
y se fue corriendo a buscarlo y le pidió perdón y le dio lo que le pedía”. Y en
el libro de las Crónicas de los Tres compañeros se lee que: “desde entonces Francisco
se propuso en su corazón no negar nunca limosna a ningún pobre que se la
pidiera por amor a Dios”. Después de esto siempre que algún pobre le pedía
limosna, Francisco le auxiliaba con dinero o si no tenia, con la gorra o el
cinto, porque él sabía que era Jesús disfrazado quien se lo pedía. Por eso
Francisco luego se hizo amigo entrañable de los pobres, se acercaba a ellos y
se aprendía sus nombres, se interesaba por su salud y les preguntaba algo de su
vida.”
Omitir una buena acción, esto es no hacer
algo bueno por alguien cuando pudiste hacerlo, podría llegar a ser considerado
un pecado de omisión.
Para que algo que no hacemos a favor de
alguien, se considere pecado de omisión se tienen que dar estos elementos: que
sea algo bueno en sí mismo, un auxilio; y que la solidaridad con el necesitado
me lo pida, dar una medicina a un enfermo; que yo tenga los medios para hacerlo;
que no me impida cumplir con una obligación grave. Un ejemplo sería la parábola
de El buen samaritano.
Por tanto Ernesto y Emilia acordaron que la
próxima vez que se les acercara alguien en necesidad pidiéndoles una ayuda se
detendrían y se preguntarían: ¿qué quiere Jesús de mí ahora? Y escuchando la voz de su conciencia y
responderían.
Y pasó el tiempo, y un día Ernesto se topó en
una calle del centro con un hombre demacrado por la enfermedad quien le pedio
ayuda con una receta en la mano. Él de inmediato se acordó y sonrió y le dijo:
“Claro, vamos a CARITAS”.
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