jueves, 10 de octubre de 2013

FRANCISCO DE ASIS NOS HABLA HOY
Por Teófilo Aguilar
   “Estoy muy avergonzado---dijo Ernesto a Emilia--- ayer en pleno centro, se me acercó un hombre demacrado, abatido por una enfermedad, y me pidió ayuda con una receta en la mano. Yo me negué y me fui a comprar un encargo de mí padre. Pero ahora tengo remordimientos. Debí, al menos, llevarlo a CARITAS central que estaba a una cuadra, ahí seguro que lo podrían haber ayudado, pues a todo el que  llega con su receta te regalan las medicinas”.
   A lo cual Emilia, le dijo: “Yo estoy en las mismas, una mujer, me pidió una moneda para un comedor de asistencia social y no sé porque, se la negué”
  “¿Qué te parece si releemos algo de la vida de San Francisco?  Me parece que hay una anécdota que nos puede ayudar y se fueron a leer EL HERMANO DE ASIS del P. Larrañaga.
   “En cierta ocasión, en los inicios de su vida espiritual--- dice el libro---un pobre se acercó a Francisco y le pidió una limosna. Pero por alguna razón él no le hizo caso. Al poco rato Francisco recapacitó y se fue corriendo a buscarlo y le pidió perdón y le dio lo que le pedía”. Y en el libro de las Crónicas de los Tres compañeros se lee que: “desde entonces Francisco se propuso en su corazón no negar nunca limosna a ningún pobre que se la pidiera por amor a Dios”. Después de esto siempre que algún pobre le pedía limosna, Francisco le auxiliaba con dinero o si no tenia, con la gorra o el cinto, porque él sabía que era Jesús disfrazado quien se lo pedía. Por eso Francisco luego se hizo amigo entrañable de los pobres, se acercaba a ellos y se aprendía sus nombres, se interesaba por su salud y les preguntaba algo de su vida.”
  Omitir una buena acción, esto es no hacer algo bueno por alguien cuando pudiste hacerlo, podría llegar a ser considerado un pecado de omisión.
   Para que algo que no hacemos a favor de alguien, se considere pecado de omisión se tienen que dar estos elementos: que sea algo bueno en sí mismo, un auxilio; y que la solidaridad con el necesitado me lo pida, dar una medicina a un enfermo; que yo tenga los medios para hacerlo; que no me impida cumplir con una obligación grave. Un ejemplo sería la parábola de El buen samaritano.
   Por tanto Ernesto y Emilia acordaron que la próxima vez que se les acercara alguien en necesidad pidiéndoles una ayuda se detendrían y se preguntarían: ¿qué quiere Jesús de mí ahora?  Y escuchando la voz de su conciencia y responderían.
  Y pasó el tiempo, y un día Ernesto se topó en una calle del centro con un hombre demacrado por la enfermedad quien le pedio ayuda con una receta en la mano. Él de inmediato se acordó y sonrió y le dijo: “Claro, vamos a CARITAS”.


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